martes, marzo 28, 2006

Abuso autoproclamado

Lo canso, lo extenúo, lo empujo al límite de su resistencia a efectos desfavorables, le digo que aguante, lo lleno de innumerable cantidad de porquerías, lo fuerzo a procesar una desorbitante cantidad de moléculas nocivas hasta lograr sintentizar un biombo que medie entre mi persona y cualquier escena subsiguiente.
Lo atiborro de placebos mal utilizados; lo obligo, con estos métodos imperceptibles y silenciados, clandestinos y rancios, a soportar un maltrato que al día siguiente chillará estrepitoso sus quejas. El alma, mientras, se escurre, se ratea de la conciencia, juega al ring-raje con el deseo. La admonición recae sobre el Cuerpo. El Alma, suspendida en las proyecciones fantásticas de las variables que enseña la demografía del lugar, suspendida en alguno de los vértices del cielo raso, en el borde deshilachado del almohadón, en el botón negro azabache que hace de ojo al perro de peluche, en la contemplación marginal de un torso desnudo de quien no teme, sino que alienta el descubierto de su cuerpo al removerse el sweater.
Más tarde, los libero a ambos en la cama. El alma de inmediato manifiesta y eleva su queja al sueño, y el cuerpo, el hostigado, espera a la conciencia como en un consultorio para que le provea los cuidados de los que se hubo visto falto la noche anterior.